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Bandera blanca

Me tiene rodeada. Hace días se instaló en mi casa, en mis glándulas y en las cisuras de mi cerebro. La veo reflejada en los ojos de mi esposo y las manos temblorosas de mi madre. Su voz susurra palabras misteriosas en mis oídos. Veo su sombra en mis amigos, que se sientan por horas a mí lado con cara de bobos, y pretenden entender mis balbuceos. Quieren hacerme creer que no pasa nada, que todo está normal, pero mi cuerpo hinchado me dice que no, que ya viene, que está aquí. ¿Qué saben ellos de esta verdad que me rompe las costillas?

Al principio fue un miedo, una extraña mezcla de mareo y angustia. Un dolor de cabeza que no dolía realmente. No me di cuenta de sus intenciones. La confundí con un pensamiento, una idea tal vez. Se instaló justo en el medio de mi cabeza, tomando el control de todo. Fue apoderándose de mi cama, de la poceta, de las llaves de la casa, de los cubiertos y las ollas. Sorprendiéndome en las mañanas, ocupando mi lugar en el espejo. Manchando las sábanas y las toallas.

Intento escapar, pero es inútil. Es un dragón de brillantes escamas que da vueltas a mí alrededor, lejos y cerca, lejos y cerca. Llevo meses conociendo sus olores, sus pinchazos, sus convulsiones. Demasiados días haciéndome la fuerte, la valiente, tratando de sonreír con mi cara torcida. Mientras, ha ido tomando cada rincón por asalto, ignorando los sueros y las radiaciones, las pastillas y los menjurjes de mis tías, los interminables rosarios y los consejos new age. Su fuego me enceguece y no me deja distinguir el rostro de mis hijos. Me hace gritar y se convierte en dientes que muerden y en babas que escurren. En su piel hago metamorfosis y pierdo las alas. Me convierto en oruga que repta torpe de la cama a la silla. Se enrosca en mis piernas y en mis brazos, y los conquista como un campo de batalla. Mi cuerpo queda rendido y vencido luego de cada encuentro.

Llevada de su mano intento imaginar el universo sin mí, sin mis ojos, sin mi pensamiento para pensarlo. ¿Cómo puedo comprender mi habitación vacía, mis hijos sin madre, los labios de quien amo sin besos? ¿Qué significa mi diario sin palabras, mis cuadernos sin poemas, las telarañas en las esquinas, el polvo sobre la ropa (mi ropa)? ¿Quién si no yo se puede poner mis pantaletas? ¿Qué va a pasar con mi cepillo de dientes?

Me tiene rodeada y sonríe ante mi fútil resistencia. Se va acercando y a medida que se aproxima, me voy reconociendo en ella, en sus ojos oscuros, en su sonrisa pausada. Me mira profundo y en sus maneras calmas y firmes, recuerdo el regazo de mi madre. Me siento cómoda en su presencia, en su serenidad de triunfo. Disfruto sus silencios inmensos donde ya todo está dicho. Voy acostumbrándome a los brazos que me extiende y me duermo tranquila en ellos, con mi mano sobre la de mi esposo, con la frente llena de besos de mis hijos. Duermo por horas, y apenas abro los ojos los veo a todos alrededor de mi cama, con sus lágrimas y ojeras mal disimuladas. Quisiera explicarles que mi sueño es hermoso, que la lucha es muy dura y no vale la pena. Pero se acaba el tiempo.

Me tiene rodeada.

Susana González Rico

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